Recientemente me he dado cuenta de que me he convertido en algo muy cercano a un adulto, en el peor sentido de la palabra. En mis tempranos veintes, tenía yo la ingenua idea de que yo iba fiestear durísimo por siempre, mi amor por la decadencia me auguraba un gran éxito en ésta empresa, y quien pudiera atreverse a amenazar mi consigna con frases de cajón como “ya crecerás” o “tendrás que madurar” era merecedor de mi desprecio y de un diplomático unfriendamiento. Tristemente de un tiempo para acá ese por-siempre ha mutado en un de-vez-en-cuando. Soy una seño.
¿Como pasó? ¿Como es que me volví tan aburrida? Quiero echarle la culpa a mis carentes habilidades sociales, a mis pocos amigos, amigos que se casan, que crecen, que se alejan, que se mudan. No está de más achacárselo también a mi constante estado jodido de no-tengo-dinero-para-el-rock. Podría buscar y repartir culpas en un loop infinitérrimo, pero la verdad es que no importa el cómo, lo relevante ahora es encontrar mi camino de regreso a ése Yo buenaondita que seguramente está resguardado en los infiernos de lo horrendo y lo nefasto que tengo bajo llave. Ahí está la fiesta.